miércoles, 16 de febrero de 2011

Nada que una buena cerveza no pueda arreglar

Y es que estaba harta. Llevaban días peleando, aunque fuera por tonterías. Y no podía más.
Le miró de reojo, apoyada en la encimera. Él estaba mirando hacia abajo con el ceño fruncido, y se apretaba las sienes.
Torció el gesto antes de sacudir la cabeza y salir por la cocina, pasando por delante de él.
-Voy a dar una vuelta. Vuelvo en un rato.
Él la miró extrañado y la siguió hasta la entrada sin dejar de observar sus movimientos pero sin decir una sola palabra.
Salió de la casa cerrando la puerta tras de sí, se puso el casco y arrancó la moto, para salir después de allí tan rápido como pudo.

No quería pensar, pero era casi inevitable. Así que, de camino a la montaña, se dedicó a repasar todos los acontecimientos ocurridos durante la última semana. Había sucedido todo tan rápido... No entendía cómo podían haberse enfadado mutuamente con tanta facilidad en tan poco tiempo. Cómo podían haber sacado tantos trapos sucios el uno del otro. Y eso que todavía se querían...
Antes de darse cuenta, había llegado a su destino. Miró su moto antes de poner el candado y quitarse el casco. Y en cuanto lo hizo, alguien, que había estado mirándola desde que había aparcado, salió de entre las sombras sorprendido por estar viendo una cara conocida.
Notó que alguien le daba un pequeño golpe en el hombro, así que se giró. Pero se quedó anonadada ante lo que vio.
-Hola.
-Urkel... Hola.
Quién iba a decirle que iba a encontrarse a uno de sus amores adolescentes en un bar de moteros de en medio de la nada...
Él esbozó media sonrisa antes de seguir con la conversación.
-No esperaba verte por aquí.
-Bueno, en realidad, antes solía venir bastante a menudo. Ahora sólo de vez en cuando... -Sobre todo desde que había descubierto que su novio no sentía demasiada fascinación por el mundo del motor, al contrario que ella.
-Entiendo. Me alegro de verte -le tendió la mano, y ella respondió con una sonrisa antes de devolverle el saludo.
-Yo también. ¿Qué tal te va?
-Podría irme mejor, pero no voy a quejarme. ¿Tú qué tal?
Se le escapó una mueca sin querer. En realidad sabía que Urkel era una persona con la que se podía hablar tranquilamente y que daba muy buenos consejos, pero no se atrevió a contarle nada.
-La verdad es que me lo preguntas en un momento en que no voy a darte una buena respuesta...
Él lo pilló al vuelo, tal y como solía hacer.
-¿Necesitas hablar de algo?
-Oh... no, gracias. En realidad... venía a la montaña a despejar la mente un rato.
-Tú lo que necesitas es una copa -lo dijo con una sonrisa incitante que no sólo invitaba a tomar una copa, sino a algo más-. Venga, vamos, yo invito.
Pasó por alto la insinuación de él cuando decidió sonreír irónicamente.
-Eso será si no logro pagar yo antes...
Dicho esto, dio media vuelta y entró en el bar, abriendo las dos puertas a la vez. Y lo primero que vieron sus ojos fue aquella ola de gente conocida que tanto le recordaba a la época en que iba al bar con su padre.
La saludaron todos muy cortésmente y con cariño, y Eustakio, el camarero, la dio un abrazo antes de pedirla que se sentara.
Uno de los amigos de su padre pasó un brazo por los hombros de Urkel, sonriendo.
-Vaya, vaya. Si no viele sola... ¿Es éste el famoso Gabyn?
Ella se acercó a ellos, algo sonrojada.
-No, no.. Gabe se ha quedado en casa. Éste es un viejo amigo de la universidad, Urkel.
El abuelo apartó el brazo ante la notable incomodidad del joven. Aunque sonrió de nuevo mientras sacudía la cabeza.
-Vaya, pues a ver cuándo nos lo traes, que tenemos ganas de conocerlo.