viernes, 16 de abril de 2010

Sufrimiento transparente.

Engañarse a sí mismo es lo peor que uno puede hacer.
Cuando estás esperando pacientemente a que pase algo y ese algo no ocurre, el subconsciente toma cartas en el asunto. Y empiezas a imaginarte cómo sería y cómo podría pasar ese algo. Te haces ilusiones al respecto. Ves un posible futuro desde un presente en el que estás atrapado.
Porque la imaginación es la única vía de escape de la realidad martirizante del día a día. Pero también es el arma más poderosa que tienes en tus manos, ya que con que te dejes llevar un momento y te creas que lo que ves es cierto, aun no siéndolo, caes en la tentación de seguir hurgando en las entrañas de tu mente, ansioso por saber cómo será lo siguiente; caes en un pozo que parece no tener fin, te ahogas en un mar de ilusiones falsas de las que es muy difícil escapar.
En todas las cosas, pero muchísimo más en el amor, la imaginación traspasa los límites de la realidad.

Y es que cuando intentas convencerte a tí mismo de que ese algo podría pasar, y podría pasar de una manera en concreto, puedes recibir tal punzada en el corazón que te dañe de tal forma que la herida no cicatrice.
Y cuando llevas ya un repertorio largo de cicatrices que no sanan ni sanarán, te das cuenta de que no todo sirve para ser feliz. Caes en la cuenta de que hay muchos modos de sufrir, aunque no participe nadie ajeno. El daño te lo has hecho tú solo. Y el daño ya está hecho.
Así que basta ya de punzones, basta ya de agujas afiladas con la punta bañada en sangre, adiós a las espadas clavadas con una malicia impresionantemente inocente. Vale ya de sufrir tontamente. Que los disgustos sin un motivo con una fuerza aparentemente poderosa como para hacerte pasarlo mal, no sirven para nada.
Mañana será un día nuevo. Acaba bien el hoy.